El insomnio en el adulto mayor es un trastorno del sueño que se caracteriza por la dificultad para iniciar o mantener el sueño, o por la sensación de no haber dormido lo suficiente o de mala calidad.
El insomnio afecta a la salud, al bienestar y a la calidad de vida de las personas mayores de 65 años, y puede tener consecuencias negativas tanto a nivel físico, como mental, emocional y social.
El insomnio en el adulto mayor es una alteración del sueño que se produce cuando la persona tiene problemas para conciliar el sueño, se despierta frecuentemente durante la noche, se levanta muy temprano por la mañana o tiene un sueño no reparador.
Estos problemas pueden ocurrir de forma ocasional, por ejemplo, por un cambio de horario, un viaje, un estrés o una enfermedad; o de forma crónica, cuando se presentan al menos tres veces por semana durante más de tres meses.
El insomnio en el adulto mayor se manifiesta con una serie de síntomas que afectan al rendimiento y al estado de ánimo de la persona durante el día, como los siguientes:
El insomnio en el adulto mayor puede tener diversas causas, que se pueden clasificar en tres grupos: factores fisiológicos, factores psicológicos y factores ambientales.
Los factores fisiológicos son aquellos que tienen que ver con los cambios que se producen en el organismo con el paso de los años, y que afectan al sueño, como los siguientes:
Los factores psicológicos son aquellos que tienen que ver con el estado emocional y mental de la persona, y que pueden afectar al sueño, como los siguientes:
Los factores ambientales son aquellos que tienen que ver con el entorno físico y social en el que se duerme, y que pueden afectar al sueño, como los siguientes:
El tratamiento del insomnio en el adulto mayor debe ser individualizado, integral y multidisciplinar, y debe basarse en la combinación de dos tipos de intervenciones: las no farmacológicas y las farmacológicas.
Las intervenciones no farmacológicas son aquellas que se basan en la modificación de los hábitos, las conductas y el entorno que influyen en el sueño, y que no requieren el uso de medicamentos.
Algunas de estas intervenciones son:
La higiene del sueño, que consiste en seguir una serie de pautas que favorecen el sueño, como las siguientes:
La terapia cognitivo-conductual, que consiste en una intervención psicológica que ayuda a modificar los pensamientos, las emociones y las conductas que interfieren con el sueño, y que se basa en las siguientes técnicas:
La restricción del sueño, que consiste en limitar el tiempo que se pasa en la cama al tiempo que se duerme realmente, y que ayuda a aumentar la presión del sueño, la eficiencia del sueño y la calidad del sueño.
La terapia de luz, que consiste en la exposición a una luz artificial de alta intensidad y de espectro similar al solar, que ayuda a regular el ritmo circadiano, a sincronizar el ciclo sueño-vigilia y a mejorar el estado de ánimo.
Las intervenciones farmacológicas son aquellas que se basan en el uso de medicamentos que facilitan el sueño, y que requieren de una prescripción médica.
Algunos de estos medicamentos son:
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